jueves, 28 de febrero de 2013

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Lo prometido es deuda, y paso a relataros el primer capítulo de mi aventura berlinesa. Si no soy vaga, en unas pocas entradas conseguiré poneros en contexto y retomaré el blog al ritmo normal y cotidiano.

Llegué a Berlín el 29 de septiembre. Con una mano delante y otra detrás como se dice, es decir, sin trabajo, sin hablar muy bien el idioma, sin conocer muy bien la ciudad, pero con algún que otro conocido. Tenía miedo, sí, pero también ilusión por vivir una nueva aventura, y muchas ganas de aprender cosas nuevas.

Nada más aterrizar, me dirigí al metro para ir a mi hostal e instalarme. En el metro tuve la suerte de conocer a un chico israelí que venía a pasar unos días de vacaciones en casa de un amigo suyo. Estuvimos hablando durante el trayecto, con la feliz casualidad de que la casa de su amigo estaba al lado de mi hostal. Nos intercambiamos los números para estar en contacto.
Aquella misma noche, mi-nuevo-mejor-amigo-en-Berlín (el único, para ser exactos) me escribió para quedar en Alexanderplatz y salir de fiesta con sus amigos. No tenía otro plan y, aunque salir de fiesta con un tipo que has conocido en el tren y sus amigos, que ni siquiera has visto, parece algo que jamás haría en Madrid, aquí se trataba de vivir a la aventura, de conocer gente, de agarrar oportunidades. Y tengo que decir que aquella primera noche en Berlín fue genial, una noche que jamás olvidaré: fuimos a un pequeño Oktoberfest que habían montado en Alexanderplatz, con puestos de comida, música y gente disfrazada como los típicos tiroleses, y en ese ambiente tan alegre y exótico, puede disfrutar de unas cervezas con gente de lo más interesante. Mis nuevos amigos eran:

-Dos chicos israelís uno de ellos el chico del tren, que además su abuela fue una de las supervivientes de la Lista de Schindler. De hecho, hay una escena en la película en la que llevan a las mujeres a las duchas de un campo de concentración y todas piensan que van a morir, pero no se sabe por qué en vez de gas sale agua, y su abuela fue una de aquellas mujeres. Me estuvo contando todo lo que había vivido su abuela, y cómo se había sentido al ver la película y ver plasmadas sus experiencias, etc. Increíble, ¿no?
-Una alema que era cantante de ópera profesional y trabajaba en la Ópera de Berlín, y que además vivió en la parte este del muro. Por cierto, que hablaba maravillas de la DDR (la parte este del muro) y decía que la gente era mucho más feliz con aquel sistema. WOW.
-Un alemán, la mar de gracioso por cierto, más mayor, que había vivido en la parte oeste. Resultaba muy interesante escuchar como discutía con la chica del este, cada uno defendiendo que su parte del muro era mejor que la otra.

Total, que mi primera noche en Berlín me encontraba en un Oktoberfest tomando cervezas con dos alemanes y dos judíos, discutiendo sobre el muro con testimonios de primera mano, y sobre la segunda guerra mundial y las relaciones entre judíos y alemanes. Vamos, que no podría haber vivido una noche más berlinesa ni aunque me lo hubiese propuesto. Recuerdo que en un momento de la noche, con ya el puntito de las cervezas, caí en la cuenta de que tan solo unas horas antes yo había estado en mi casa en Madrid, y que de pronto me encontraba sumergida en un mundo totalmente distinto. Y eso me encanta :)


En fin, mi primera semana fue de lo más divertida. Gracias a este chico del tren, no me faltaron planes, vi sitios interesantes, salí de fiesta, fui a restaurantes originales, y disfruté cada día de la compañía de un grupo de lo más simpático, hacían bromas diciendo que habían adoptado a una española en Berlín, y verdaderamente me sentía como una más, en especial hice muy buenas migas con el chico del tren. Supongo que el hecho de que fuese la primera persona que conocí aquí y que "cuidó" de mí, influyó bastante y verdaderamente me sentía como si le conociese de mucho más tiempo (desgraciadamente, aquel grupo de amigos estaba de paso, por lo que fue una amistad bastante efímera).


Así que aquellos primeros días en Berlín fueron de los más divertidos, a pesar de que era una homeless viviendo en un hostal. Y es que resulta que llegué a Berlín en la peor época posible para buscar piso: a principios del semestre universitario. Es decir, había un montón de demanda de pisos porque todos los estudiantes habían llegado a Berlín, pero no había tantos pisos porque Berlín está bastante deshabitado en comparación con otras ciudades europeas y no tiene tantas casas. Eso, y otra serie de circunstancias (nuevas leyes de Angela Merkel y otros factores económicos que no me voy a poner a enumerar aquí), provocaron que fuera extremadamente difícil encontrar piso por aquellas fechas.
En los hostales todo el mundo andaba como loco buscando, se oían historias de gente que se tiraba meses deámbulando por hostales, yo misma conocí a una italiana que llevaba como tres meses viviendo en el hostal y que contaba historias de gente que había estado hasta 6 meses en esa situación. Fue muy gracioso, porque esta chica italiana era peluquera y cuando decidió volverse a Italia lo hizo no porque no encontrara piso o porque no hubiese trabajo, se fue porque no aguantaba "los pelos horribles de la gente". Y es que Berlín es una ciudad donde las apariencias no importan, y no es extraño encontrarte a un ejecutivo con su traje, corbata y todo, que lleva por tocado unos moños de colores (verídico, y jamás he lamentado tanto no tener cámara en el móvil).
Tener el pelo de colores, piercings, tatuajes o no lavarte no influye para nada en esta ciudad. Incluso he visto a chicos con las uñas pintadas!!!! A la gente parece que le importa un comino como vistas, de hecho, si te arreglas demasiado te mirarán raro y te preguntarán estupefactos ¿"por qué te arreglas?" Es bastante curioso como se pasan todos los cánones de belleza y el buen gusto por el forro. Recuerdo una de mis primeras noches que salí de fiesta vestida normalita, con la misma ropa con la que había ido a clase de alemán, y ya sabéis que yo tampoco es que sea Madame Bovary, y hubo un momento de la noche en el que empecé a mirar a mi alrededor las pintas que llevaba la gente y me sentía disfrazada, fuera de lugar.

Bueno, lo que os estaba contando, que me he ido por las ramas: vivía en un hostal. Y no rodeada de gente normal, precisamente. Mi primera semana estuve en una habitación con ocho chicas. Con la suerte de que debajo de mí cama dormía una chica a la que le daban espasmos por la noche (mi litera temblaba como un tsunami) y encima hacía ruidos súper raros, relinchaba. Es la única palabra que se me ocurre para describir ese sonido. Y claro, yo encima pasaba vergüenza por las mañanas con las otras chicas porque ¿quién sabe? a lo mejor pensaban que era yo la que relinchaba como un pony por las noches, después de todo compartía litera con la relinchos, y por lo tanto el sonido claramente provenía de ese lado de la habitación.
Tras una semana viviendo en ese hostal, surgió un contratiempo: no podía quedarme más tiempo ahí porque no había reservado con antelación y no quedaba más sitio (¡¡¡¡era un hostal con mil camas!!!! ¿¿cómo iba yo a pensar que se iban a quedar sin sitio???) pero así os podéis hacer una idea de cómo estaban las cosas, para que veáis que no exagero cuando digo que había demasiada gente en Berlín para tan poca casa.
Total, que tuve que emigrar a otro hostal...un hostal que tenía unas pintas infrahumanas, pero era lo único que pude encontrar por un buen precio (y tan bueno...10 euros la noche, pero os podéis imaginar el antro...). Esta vez me tocó en la habitación con dos chicos: uno estaba buenecillo, y además se paseaba medio en bolas jajaja pero el otro era un polaco que era súper pesado!!! Además me tiraba los trastos de la manera más cutre en la que jamás me los han tirado en mi vida, unos trastos low-cost, como quien dice.

Polaco: voy a llevarte a un sitio a cenar, ya verás, es un sitio en el que se come muy bien, y yo te invito bla bla bla bla...
(pausa)
¿...te gusta el kebab?

jajajajajajajajajajajajajaja
¡¡¡¡Cutre!!!!

Afortunadamente solo pasé un fin de semana en ese hostal, y me volví al antiguo en cuanto pude. A pesar de que insistí en que me pusiesen en una habitación de solo chicas, no les quedaban, así que me volvieron a poner en una mixta, es decir, en una de chicos, porque todos los chicos piden habitaciones mixtas y todas las chicas piden habitaciones solo de chicas. Esta vez me tocó con un viejo súper maloliente (os prometo que me ahogaba cuando entraba en la habitación) y eso sí, un par de argentinos la mar de salaos con los que me podía reír del viejo maloliente. Además era muy gracioso porque el maloliente siempre se empeñaba en hablarme y entablar conversaciones y a mí llego un punto en que me daba muchísima pereza, por lo tanto cada vez que oía que se abría la puerta me hacía la dormida, y si era uno de los argentinos se partía de la risa proque sabía que me estaba haciendo la dormida por temor a que me abordara el maloliente.

Finalmente, después de dos semanas cuando ya estaba desesperándome en aquel maldito hostal, encontré un piso...pero ese piso resultó ser al final un auténtico fiasco...

En el próximo capítulo: una rusa estafadora, extraños que vienen a cocinar a tu cocina, el ladrón de detergentes, una muestra de amistad sin límites, la policía, y un danés de patitas en la calle. ¡No os lo perdáis!



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